Las consecuencias psicológicas de la guerra son persistentes en el tiempo; pese a la aparente obviedad de esta formulación debemos darnos cuenta de cómo en la realidad se tiende a actuar como si esto no fuera así.
Pese a que la reconciliación, tras un proceso de victimización social, es planteada como un valor en sí misma es necesario tomar en consideración los daños que puede producir.
Tras vivir un trauma por la agresión, el abuso o el maltrato de otro ser humano, la decepción, por las actitudes de las personas que nos rodean, es un elemento que añade dolor, desesperanza y desmoralización.
Las víctimas deben desear justicia y reconocimiento, por parte de los victimarios y de los que han apoyado o tolerado la agresión, pero deben prepararse, de forma personal e interna, para poder continuar adelante sin esa justicia y ese reconocimiento.
Cuando el día de hoy está permanentemente lleno de un pasado en el que el abuso y el maltrato tuvieron una presencia relevante, la vida se torna en un continuo arrastrar esa losa. Kierkegaard planteó como la comprensión de la vida únicamente puede hacerse mirando hacia atrás; y, sin embargo, para que ésta sea vivida, es necesario mirar hacia delante.
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