Una problemática reiterada en la consulta, fiel reflejo de lo que vemos ampliamente repetido en la vida cotidiana, es la elección de malos cómplices en el desarrollo de la vida de nuestros pacientes. En las personas que han vivido un trauma significativo provocado por otro ser humano, el proceso de depositar confianza en otros es especialmente complejo.
Mi abuelo no era una persona de mentalidad abierta, gracias a la mili y a la guerra. Cuando se enteró que yo iba a estudiar Psicología, su mirada (también era de pocas palabras) siempre severa, se tornó en otra de grave preocupación. Verano tras verano me preguntaba qué asignaturas tenía, y cuando yo acababa de relatarle preguntaba: ¿y kárate?
Son muy diversas las formas de abordar el complejo tema del perdón, casi todas ellas van ligadas a una restauración de la relación con el ofensor. Quiero plantear una perspectiva que va únicamente unida a la posición que la víctima, de forma individual y libérrima, adopta frente a los victimarios y frente al daño recibido.
Los intentos que las víctimas hacen para tratar de entender el acontecimiento traumático que han vivido y las repercusiones que éste ha tenido en sus vidas son esenciales para integrar el trauma.
En un estudio publicado recientemente (1) se ha tratado de evaluar la búsqueda de sentido a lo ocurrido y la percepción de cambios personales
El suicidio de una persona, con la que se tiene un importante y significativo lazo afectivo, coloca a quien lo vive en una posición en la que tendrá que integrar una gran cantidad de sentimientos y vivencias afectivas. El impacto que un suicidio tiene va a venir determinado por tres ejes esenciales: en primer lugar, la estructura personal de quien lo vive
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