Quien se va no es quien vuelve; este mensaje, mil veces escuchado, se atribuye siempre a viajes odiseicos, largos y complejos. Sin embargo, de forma permanente, todos los días hacemos esa travesía: admitimos, aceptamos, toleramos, decidimos y por ende descartamos, abdicamos, evitamos, renunciamos.
La existencia de un pasado con una infancia feliz no es, ni mucho menos, una realidad generalizada. Por el contrario, todos los profesionales que trabajamos en terapia constatamos, de forma reiterada y permanente, la existencia de muchos adultos que han vivido una infancia traumática.
Nuestro pasado es lo que construyó nuestro futuro y el futuro no deja vivir el presente, (en unos instantes pasado), por miedo al propio porvenir, a poner mal un pilar y no poder construir. Aunque intentemos evitarlo, lo difícil, las decisiones complejas se echan encima
Uno de los cambios nucleares que acontece tras vivir un acontecimiento traumático relevante provocado por otro ser humano, es una nueva percepción y una nueva configuración de las relaciones interpersonales
Ante un grave y demoledor acontecimiento de la vida, ante unos importantísimos y transcendentales-y no pocas veces reiterados- hechos traumáticos vividos; ¿qué podemos hacer?, ¿cómo podemos coexistir con ellos?.
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