La conceptualización del duelo como una cuestión a superar desvirtúa lo que éste es: un proceso de dolor en el que, tras una pérdida significativa, se añaden sentimientos, y sensaciones a la vida. Un duelo nunca se supera, en el sentido de un acontecimiento que acabó y que ya no tiene influencia en uno; un duelo se siente, se soporta, se sufre.
Son muy diversas las formas de abordar el complejo tema del perdón, casi todas ellas van ligadas a una restauración de la relación con el ofensor. Quiero plantear una perspectiva que va únicamente unida a la posición que la víctima, de forma individual y libérrima, adopta frente a los victimarios y frente al daño recibido.
El suicidio de una persona, con la que se tiene un importante y significativo lazo afectivo, coloca a quien lo vive en una posición en la que tendrá que integrar una gran cantidad de sentimientos y vivencias afectivas. El impacto que un suicidio tiene va a venir determinado por tres ejes esenciales: en primer lugar, la estructura personal de quien lo vive
El dolor, el luto y el periodo de reestructuración personal tras la pérdida de una persona cercana es especialmente dificultoso cuando el fallecimiento es consecuencia de un suicidio. La complejidad junto con los escasos estudios científicos en relación con este tema se refleja en un trabajo reciente que ha sido publicado en la revista The Lancet Psychiatry
El victimario, el agresor y su entorno suelen transformarse en el centro de la compensación que se solicita para las víctimas; de esta forma se le otorga un protagonismo central, reeditando el dominio que mantuvo al realizar la agresión; el agresor tuvo el poder al infligir el daño
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