Dejar hablar al sufrimiento es la base de toda verdad
Theodor Adorno
Hay alegrías sosas y tristezas sabrosas
Refrán
Un mundo que lucha, denodadamente, por impedir la tristeza está abocado a un estrepitoso fracaso. Un mundo «happy», centrado en una búsqueda continua de una alegría trivial, nos conduce a una grave y tóxica epidemia de estulticia. Únicamente aceptando, danzando con la tristeza podemos abordar las intrincadas complejidades que tenemos como especie y como individuos. La conexión con la tristeza puede abrir, con un duro trabajo personal, la puerta a un conocimiento personal.
Numerosas investigaciones nos dan datos sobre su valor y sobre sus aportaciones: mejora el rendimiento de la memoria, de manera que esta trabaja de un modo más amplio e inclusivo, reduce los errores y los sesgos de apreciación, aumenta la motivación para la búsqueda de nuevas opciones, estimula la creatividad, generando visiones más amplias de los problemas, proporciona una valoración crítica que reduce la propensión a admitir engaños, facilita una mayor capacidad de percepción de las emociones de otras personas y genera estrategias de relación interpersonal más efectivas y variadas.
Las pérdidas deben ser elaboradas, el proceso de duelo es imprescindible para poder asumir y aceptar la magnitud del quebranto vivido y el desvanecimiento de expectativas que, en muchas ocasiones, eran ignoradas. En este proceso, la conexión abierta, franca y fluida con la tristeza es una imprescindible medida para la valoración de lo perdido y de sus consecuencias.
Los sentimientos se complican cuando no los admitimos y, por tanto, no podemos ni manejarlos ni utilizarlos. Únicamente podemos elaborar algo que aceptamos, algo que, con todo su dolor, tiene su morada en nosotros. Encerrar totalmente, tratar de aislar el sufrimiento puede, inicialmente, dar un aparente resultado, pero aflorará en otro momento, buscará otras salidas y desde aquí podemos entender muchas «inexplicadas» sintomatologías, tanto físicas como psicológicas.
El problema no radica en la conexión en sí con la tristeza o con otros sentimientos, sino en el aferramiento, en la persistencia sostenida y consolidada de los mismos. El objetivo es aumentar las posibilidades, los registros personales. Se trata de vivir nuestra tristeza, de poder conectarnos con ella sin que invada todos los ámbitos personales, al tiempo que se acepta que su presencia es imprescindible para el mantenimiento de un equilibrio mental y de unas relaciones interpersonales fecundas.
Ante la extendida «obligación» de estar alegres, de manera personal y social, resulta esencial abogar por el derecho a estar triste. A través de ese estado se podrá realizar una conexión, amplia y diferente, con la realidad en general y sobre todo con la propia. En definitiva, adoptar una actitud de aceptación y tránsito de la tristeza es imprescindible para detener y transformar la tendencia actual de patologización de los sentimientos tristes, que equipara a estos con la depresión, lo que se traduce en un uso abusivo, ineficaz y perjudicial de los psicofármacos.
En síntesis; en el mundo actual, se nos abre una elección personal configurada con dos opciones: la incesante búsqueda de una satisfacción persistente o la aceptación de una creativa e ilusionante tristeza. Alivio y bienestar son dos cosas muy diferentes; no se puede avanzar sin perder algo por el camino.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos