Voy perdiendo la memoria
y olvidando todas las palabras…
Ya no recuerdo bien…
Voy olvidando… olvidando… olvidando…
pero quiero que la última palabra,
la última palabra, pegadiza y terca,
que recuerde al morir
sea ésta: Perdón
León Felipe
Son muy diversas las formas de abordar el complejo tema del perdón, casi todas ellas van ligadas a una restauración de la relación con el ofensor. Quiero plantear una perspectiva que va únicamente unida a la posición que la víctima, de forma individual y libérrima, adopta frente a los victimarios y frente al daño recibido. Desde esta premisa nadie puede arrogarse ningún derecho a intervenir en un acto, exclusivamente interno e inalienable, que formará parte de un proceso vital en el que la víctima se vio inmersa como consecuencia del acto o de los actos de agresión o de abuso.
¿Por qué perdonar? Con un profundo respeto a las posiciones espirituales que lo plantean desde una ubicación trascendente o en relación con un orden superior, quiero señalar una importantísima motivación: por ambición personal, por un cierto grado de egoísmo en el que se intenta obtener una vida lo más productiva y rica posible.
En la posición que planteo, el perdón es un proceso, no un acto ni una posición puntual; ésta conceptualización nos aleja de soluciones radicales en las que la problemática de la víctima se ve o bien como resuelta o como irresoluble. El proceso nos remite a una dialéctica continúa entre la persistencia, sin cambios, del daño y una integración de los golpes y perjuicios vividos; nunca se desarrollará en una sola dirección, nunca será lineal. Veremos e intuiremos acciones, actuaciones, procederes, comportamientos, emociones, sentimientos, sensaciones que se podrán calificar como avances o como retrocesos, también sentiremos momentos de estancamiento e incluso podremos dar el proceso por finalizado; desde una visión globalizadora y dinámica se realizará una integración que posibilitará un avance de la víctima en el recorrido de un mejor afrontamiento de su vida actual.
Se tramita una deuda que se decide no cobrar, que se condona, pero que no se olvida. Se abandona ese proceso, centrado en el otro, en el que es indispensable que quienes infligieron el daño pidan perdón y sean sancionados. Sin duda las actuaciones del agresor, de aquellos que colaboraron con él, de los que le ampararon con sus actos o con sus silencios, de los que no quisieron ver y también de aquellos cercanos que ofertaron apoyos que no sostuvieron en el tiempo, influyen de forma muy relevante facilitando o dificultando el devenir del proceso pero nunca deben ser el eje central de éste.
El perdón, como una respuesta activa frente a la adversidad, como un incremento en la capacidad de afrontamiento, como una forma de quitarse el pesado lastre que supone el rencor, el odio, la amargura, el resquemor, el resentimiento y el ansia de venganza, será un imposible como destino final pero es un camino a transitar que devendrá muy productivo para la víctima.
La capacidad de perdonar, una motivación de la víctima para salir del estado en que le sumió la agresión, un acto de liberación, de autoliberación, es una posibilidad y una opción que se puede alimentar y hacer crecer.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos