Si existe una ruta hacia lo mejor, esta debe pasar por una contemplación plena de lo peor.
Thomas Hardy
Uno de los cambios nucleares que acontece tras vivir un acontecimiento traumático relevante provocado por otro ser humano, es una nueva percepción y una nueva configuración de las relaciones interpersonales; la pareja, una buena pareja, que es el culmen de los vínculos interpsíquicos y de los sistemas relacionales, se verá inevitablemente sacudida. Vemos, con gran frecuencia, tanto dentro como fuera de la terapia, como las actuaciones y posiciones que se toman en el seno de la pareja, lejos de contribuir a aminorar los efectos del trauma los incrementan e impiden la integración de lo traumático y, por ende, el crecimiento que se puede obtener del daño sufrido.
Tras una reflexión, que no pretende ser exhaustiva y sí aportar algunos focos de atención, he seleccionado unos puntos sobre los que creo merece la pena detenerse.
Querer volver al pasado. Uno de los más reiterados deseos y que se plantea como una posibilidad es el de que «las cosas sean como eran». Nada volverá a ser como era, nunca lo es pero tras un trauma significativo se producen, inevitablemente, cambios que harán que sean necesarios nuevos ajustes en la relación de pareja. El situarse en querer restaurar la situación previa impide el avance en una nueva configuración relacional.
Actuar como si no hubiera pasado nada. Un cierto grado de negación, una dialéctica permanente con la asunción de la crudeza de los hechos, es imprescindible para poder vivir y afrontar lo traumático. La negación absoluta de lo vivido o el aún más frecuente «si no nos acordamos es que no pasó» conduce a una imposibilidad de integrar dentro de la pareja esos elementos disruptivos y por extensión otros muchos acontecimientos problemáticos. Lo que pasó, pasó; lo que fue, fue y solo así podrá dejar de ser en el futuro.
Simplificar. Las reacciones tras un trauma son complejas y difíciles de entender, la pluralidad y la heterogeneidad de las reacciones psicológicas es la esencia de las reacciones postraumáticas; en este campo, como en otros de la vida, no se puede ni se debe tomar el camino de la simplificación ante la complejidad de los múltiples cambios generados por los traumas.
Buscar cambios rápidos. La elaboración requiere un largo periodo de tiempo, atravesar el trauma y sus múltiples consecuencias es un proceso en el que es imprescindible aceptar que existirán parones y retrocesos; esta elaboración nunca será un desarrollo finalizado sino un camino siempre por transitar y en el podrán aparecer nuevas aristas. El entonamiento de los ritmos de asunción de cada miembro de la pareja es un proyecto perpetuo.
Normativizar. Las normas habituales sirven para manejar las situaciones habituales, no existe una forma «normal» de afrontar las situaciones que se salen de esa normalidad. Crear esas nuevas normas de relación dentro de la pareja es un reto que únicamente se puede realizar trascendiendo lo que era usual.
Aceptar los sentimientos. Vivimos una época de «buenismo» y de imperio de «sentimientos positivos» en la que no hay lugar para poder expresar y vivir la hostilidad, el miedo y la rabia personal; la vivencia compartida en la pareja de aquello que se siente, de forma especial, lo que sea «irracional» es imprescindible para poder aminorar las dificultades de expresión personal y así poder transitar el daño vivido.
Razonar desde la lógica. El trauma introduce una estructura conceptual que no se rige por lo que habitualmente podemos haber considerado como lógico, aceptar la existencia de estos razonamientos resulta especialmente dificultoso cuando se observa que ellos están generando efectos dañinos tanto a la víctima como a la relación de pareja; solo desde esta aceptación inicial de lo no razonable se podrán desarrollar mecanismos para cambiar la situación.
Fusionarse. Es muy frecuente que las víctimas exijan una incondicionalidad absoluta que se extienda prácticamente a todos los aspectos de la convivencia, no se deja ningún espacio para la complementariedad únicamente la concordancia es aceptada. Desde esta posición se construye una pseudomutualidad en la que la pareja (algo que va mucho más allá de cada uno de sus componentes) no existe, se ha destruido. Pese a que, en una visión no profunda, pueda parecer que existe un buen ajuste, la fusión con la pérdida de la individualidad será una fuente de psicopatología e impedirá el proceso de elaboración de lo traumático.
Aceptar la imposibilidad de la relación. Cuando la configuración actual del trauma impide el desarrollo de la pareja, cuando la capacidad de poder generar, en una co-construcción, algo nuevo ha desaparecido, es necesaria la separación. La aceptación de que no es posible abordar un camino común manteniendo a la vez las propias individualidades nos debe llevar a una de las tareas más complejas de las relaciones interpersonales: desarrollar una buena separación.
La pareja, como máxima expresión de la intimidad, puede ser el mejor elemento en el tránsito por lo traumático y ser el germen sobre el que cimentar y desarrollar potencialidades creativas dentro de un marco de aceptación de limitaciones. A contrario sensu, pueden ser únicamente» dos al lado» que, lejos de poder elaborar e integrar lo traumático, serán una fuente inagotable de revictimizaciones que de forma contumaz se retroalimentará.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos