Muchos trastornos crónicos persisten porque están inmersos en situaciones tóxicas.
Peter Tyrer
El contexto global en el que se desarrollan las enfermedades mentales tiene una extraordinaria importancia. Pese a la innegable influencia que otorgamos a ese conjunto de circunstancias, no es frecuente que las analicemos de forma sistemática, buscando así las formas en que podemos adaptarlas a la persona concreta, de una forma específica y particular. Dicho de otra manera: pese que los cambios ambientales son analizados y valorados en los tratamientos, no es frecuente que este análisis se realice de una forma planificada, procediendo así a actuar de manera conjunta y coherente. La nidoterapia es un enfoque terapéutico que parte de la asunción de que el ambiente es muy importante y puede favorecer e impulsar la vida de las personas con trastornos mentales en algunos casos y en otros complicar y obstaculizar su evolución positiva. Peter Tyrer plantea este tratamiento como una intervención integral, sustentada en la utilización «sistemática y colaborativa» del entorno, tanto físico como personal y social. De esta manera, se opera sobre todos los aspectos posibles para lograr un mejor ajuste entre la persona y cada aspecto de su contexto vital.
Las opciones de abordaje de los aspectos medioambientales en el tratamiento de personas con enfermedades mentales graves están muy restringidas. En muchas ocasiones, por parte de los profesionales, se aceptan estas situaciones como estructuradas definitivamente y se siente inviable e irrealizable cualquier cambio relevante, de manera que se apuesta por un mantenimiento que se ha calificado como: «terapia paliativa pasiva» asumiendo que, ante los trastornos mentales ubicados en la categoría de crónicos, los terapeutas tienen una escasa influencia tanto en el curso de la enfermedad como en la persistencia de los síntomas.
Frente a esa tendencia, la aplicación de la nidoterapia se basa en el establecimiento de un plan global para el cambio y la vigilancia subsiguiente de la trayectoria del proceso; sustentándose en cuatro elementos constitutivos:
-Construir una relación terapéutica en la que se posibilite y facilite el entendimiento y la comprensión, tanto en lo referido a las aspiraciones e intereses del paciente, como en lo concerniente a sus carencias y necesidades.
-Realizar un examen ambiental muy amplio, que abarque tanto lo físico como lo social y lo personal.
-Establecer un plan consensuado para el desarrollo del cambio.
-Observar y vigilar el desarrollo de la trayectoria realizada, manteniendo una gran flexibilidad cuando se frustra el plan ambiental original.
Las modificaciones ambientales son deseadas y, paralelamente, se mantiene una gran resistencia ante ellas; el deseo de mayor autonomía del paciente choca con la inquietud que tiene él mismo y/o su entorno familiar y de amistades ante los potenciales peligros. Nos movemos en una paradoja entre la complejidad y la simplicidad; los cambios y las interacciones en el entorno son numerosísimos y no es posible afrontarlos todos. Por otra parte, muchos cambios son muy sencillos y no requieren de destrezas relevantes. Esta coexistencia simultánea de lo difícil y de lo sencillo produce un desconcierto que nos lleva en muchas ocasiones a la no intervención.
Sin embargo, la esencia nuclear que debe guiar el tratamiento es la convicción de que muchos elementos del contexto vital pueden ser modificados. El cambio pues es factible, con las posibilidades potenciales de avance y desarrollo personal y social que esas modificaciones podrían comportar para quien transita ese camino.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos