Mas aquí, en tu casa, aquí te hallas en tu patria y en tu hogar; aquí puedes decirlo todo y manifestar con franqueza todas tus razones, nada se avergüenza aquí de sentimientos escondidos, empedernidos.
F. Nietzsche
Las respuestas de las víctimas en su intento de elaboración y procesamiento de su trauma, conducen a muchas de ellas a una integración de los acontecimientos traumáticos vividos y de las consecuencias personales y sociales que éstos han tenido; en otros casos, este proceso se ve lastrado e imposibilitado por algunas de las reacciones y actitudes que la víctima tiene y que generan diversas problemáticas de adaptación.
El recuerdo de lo vivido es imprescindible para la elaboración del trauma. Este recuerdo puede convertirse en uno de los problemas centrales del malestar que presentan las víctimas; el acontecimiento traumático es revivido con una gran intensidad, de forma involuntaria e incontrolada, aparece una y otra vez, invadiendo la memoria y el sueño.
Al contrario de lo que ocurre habitualmente, la intensidad y la viveza de las sensaciones que acompañan los pensamientos invasivos no se desvanece con el paso del tiempo y muchas víctimas mantienen recuerdos inalterados desde el momento en que vivieron el trauma. Especialmente relevante es el hecho de la reaparición de esos recuerdos tras un periodo en que el trauma parecía haberse integrado y resuelto; un acontecimiento con una carga afectiva clara o con un componente simbólico puede rememorar las sensaciones y vivencias de la experiencia vivida. Una forma de reactualizar el trauma, que presenta dificultades en su comprensión para la propia víctima y para los que le rodean, es la reexposición, no consciente, a nuevos traumas; así la víctima realiza conductas en las cuales daña a los demás o, de forma más frecuente, se daña a sí misma con conductas autodestructivas o se coloca en posición de sufrir una nueva victimización.
El rechazo y la huida son mecanismos de adaptación y actitudes protectoras; las conductas de evitación tratan de eludir y hacer desaparecer las emociones y sentimientos provocados por unos acontecimientos que han sobrepasado las capacidades de asimilación de la persona que los vive; se trata de dejar fuera, como inexistente, un acontecimiento que es percibido como intolerable. Los pensamientos intrusivos, con el malestar que llevan aparejado, conducen a muy diversas defensas encaminadas a evitar que éstos aparezcan. Se produce un esfuerzo para evitar pensamientos o sensaciones asociados al trauma, se eluden conversaciones sobre el tema y se realizan esfuerzos para no participar en actividades, acudir a lugares o tener contacto con personas que, de alguna forma, pudieran ser relacionadas con el acontecimiento traumático.
Las conductas evitativas pueden tener éxito en su función de alejamiento de la realidad que pretende olvidarse e incluso llevar a tener un alto rendimiento en actividades que han resultado absorbentes (trabajo, una actividad social concreta, etc.). Pese al aparente control y a la «superación» del trauma pueden permanecer áreas personales muy dañadas y vulnerables que pueden desencadenar muy diversas alteraciones psicológicas.
En el proceso del olvido, los recuerdos van transformándose paulatinamente, con el paso del tiempo las sensaciones y emociones que van ligadas a ellos van atemperándose; se produce una integración entre el pasado y el desarrollo del presente. Este proceso no se da en muchas víctimas, el recuerdo del trauma no se integra dentro del pasado propio y se mantiene de forma independiente e inalterada. La fijación en el trauma impide un mecanismo adaptativo por el que vamos transformando la realidad y así estas personas quedan ancladas en una experiencia que no se desvanece con el paso del tiempo permaneciendo vigente y siendo siempre actual.
Es muy frecuente observar como las víctimas se centran en lo relacionado con su trauma y muestran dificultad para poder prestar atención a otros aspectos de la realidad. No se conectan con sensaciones placenteras que podrían ejercer una función compensatoria de su dolor; de esta forma se produce una espiral en la que la falta de atención a todo lo que no esté relacionado con su trauma provoca que éste se reafirme como el eje central, en ocasiones único, de su existencia. A través de diferentes vías las víctimas tienen una dificultad para expresar lo que les ocurre, la verbalización del relato de su trauma es evitada y tratan de protegerse de la reexperimentación de su vivencia. Paralelamente a la omnipresencia del recuerdo traumático, puede existir una incapacidad para recordar algunos aspectos concretos de su experiencia. Las lagunas amnésicas, las dificultades para expresar y poner en palabras sus vivencias y sentimientos, junto con las dificultades en la atención y en la concentración conducen, en muchos casos, a la incapacidad para desarrollar un relato ordenado de sí mismos y de los acontecimientos que han vivido.
El sufrir un trauma conduce a muchas personas a una pérdida en la seguridad básica ante el entorno; el contacto con la extrema vulnerabilidad personal puede llevar aparejada una generalización de la amenaza, una quiebra en la confianza básica, que origina una visión del mundo como altamente peligroso y totalmente fuera del control personal. La visión del mundo y de los otros como una amenaza conduce a un sentimiento de desamparo que refuerza la preocupación excesiva y produce un pesimismo generalizado con gran suspicacia.
La persistencia y la reexperimentación del trauma, las evitaciones de sensaciones, sentimientos y vivencias; las dificultades de expresión y la generalización de la falta de seguridad conducen a las víctimas a una restricción de la vida afectiva, a un exilio interior que genera inadaptación y retroalimenta la fijación al hecho traumático y a sus consecuencias.
Autor: Antonio Sánchez
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos