Después de algún tiempo, la víctima se convierte en un recuerdo viviente y desagradable de la vulnerabilidad humana frente a experiencias agobiantes e inesperadas. La comunidad intenta dejar el trauma detrás y continuar con su vida y las víctimas se apartan con sus pesadillas. Las víctimas son los miembros de la sociedad cuyos problemas representan el recuerdo del sufrimiento, de la rabia y del dolor, en un mundo que ansía olvidar.
Alexander Mc Farlane, Bessel Van der Kolk
Si las consideramos de manera individual, las víctimas son escasamente visibles y casi siempre acaban siendo totalmente invisibles. En ese sentido, conviene reflexionar sobre lo invisible, que es definido por la RAE como lo que no puede ser visto y también lo que rehúye ser visto. Para que la víctima sea visible, es necesario que quiera y pueda mostrarse y que los otros quieran y puedan verla; la dialéctica entre lo individual y lo colectivo, entre lo que se quiere mostrar y lo que el entorno quiere ver, conduce a un confuso embrollo en el que se entremezclan la visibilidad de la víctima concreta, la del acontecimiento vivido y la del conjunto de las víctimas afectadas.
El eje central de la patología postraumática es la falta de integración de los recuerdos traumáticos en el conocimiento personal. Se mantiene de este modo una barrera disociativa que, infructuosamente, trata de ignorar el daño vivido, incapacitando de esta manera para incorporar nuevas experiencias y desarrollando múltiples evitaciones de estímulos que puedan poner en peligro la frágil exclusión construida como parapeto ante el dolor. A ese respecto, Pierre Janet planteaba que la única solución para esta problemática es la introducción de estas ideas dentro de la narrativa personal; en definitiva, visibilizarlas. Nos topamos aquí con un trilema sustancial en el tratamiento y en el contacto con cada víctima: cuándo, de qué manera y con qué límites se debe explicitar lo traumático. Ciertos grados de negaciones, de verdades acomodaticias, de simplificaciones, de autoengaños, son imprescindibles para vivir. La construcción de un equilibrio, siempre inestable y cambiante, entre las defensas y las elucidaciones es el camino a transitar.
La víctima puede hacerse visible únicamente cuando va más allá de su trauma; es decir: cuando sale de la disociación y tolera su daño en su complejidad y en su totalidad; hablamos del momento en que su condición de víctima no lo es todo y puede mostrarse ante sí misma, y secundariamente ante los demás, de manera que habilita un espacio para manifestarse como un ser humano con múltiples aspectos y no exclusivamente como el producto de un acontecimiento concreto. Esta manifestación no es un acto momentáneo y único, sino que se trata de un proceso que siempre será inacabado.
La diferencia entre lo que la víctima quiere hacer patente y lo que los otros quieren conocer queda reflejado en un interesante debate en el que escuché: “nosotros queríamos oír lo que salvaron y ellos querían hablar de lo que perdieron”. El espectador es cuestionado por la víctima, que nos conduce más allá, nos confronta con lo impensable, con las atrocidades, con los abismos de maldad, con la crueldad, con la estulticia, con lo peor de los comportamientos de la especie humana y, simultáneamente, nos muestra lo oculto, lo ignoto, la nada, nuestra debilidad y vulnerabilidad. Nos coloca pues ante un espejo en el que la imagen que se refleja no nos resulta placentera y, en muchas ocasiones, nos zarandea, al acercarnos a algunos aspectos disociados de nuestros propios traumas. Como señalan Van der Kolk y McFarlane: «la víctima pide acción, compromiso y memoria».
La creencia de que no seremos comprendidos, muchas veces basada en intentos previos de comunicación infructuosa, conduce a un progresivo aislamiento. Frente a esa dinámica, la desvictimización representa un proceso en el que deben converger la posición de manifestarse y el acogimiento por parte del otro. Pero no basta con hacerse visible, no es únicamente una dinámica entre lo visible y lo invisible, o entre el recuerdo y el olvido, sino entre una presencia productiva y un mero transitar por la existencia.
El camino que abre futuro se sustenta en el cuestionamiento del propio estado vital, hablamos de un estado en el que la percepción de un cambio es posible; una mirada que convive con la sensación de poder contar con otros. Se trata, en definitiva, del paso previo para poder iniciar el trayecto desde un mundo perdido hacia una presencia personal activa. Hacerse visible es legitimarse, es romper el pacto con la adversidad, es abrir una senda en la que la libertad personal es posible.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos