Tendremos que arrepentirnos en esta generación, no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena
Martin Luther King
¿Qué influencia tienen los demás en nuestra forma de actuar?,¿hasta qué punto somos influenciables?, ¿mantenemos un criterio propio ante la presión social?, ¿somos capaces de disentir? Estos cuestionamientos no han perdido vigencia a lo largo del tiempo, pero se muestran especialmente significativos en el momento actual, en el que confluyen las mayores posibilidades de libertad personal junto con múltiples presiones grupales y sociales para la restricción de las opiniones y apreciaciones personales.
Han pasado más de 60 años desde que Solomon Asch publicara sus experimentos sobre la conformidad y la independencia. La conformidad es un proceso por el que una persona, por las influencias, fácticas o simbólicas, de grupo y sociales, modifica sus criterios, opiniones, comportamientos e incluso sus percepciones ajustándose a lo expresado por la mayoría.
Esta conducta se caracteriza por dos clases de comportamientos: una conformidad informativa y una normativa; en la primera, nos convencemos de que lo que nos están trasmitiendo es lo correcto; en la normativa, el acuerdo con el grupo proviene de un temor a la desaprobación, y a no ser aceptado si se mantiene la independencia de criterio.
Las investigaciones de Asch mostraron cómo los individuos evaluados en sus pruebas, rodeados de un grupo que daba respuestas manifiestamente equivocadas a las preguntas, inicialmente respondían de forma correcta, pero, a medida que se sucedían las opiniones equivocadas de los otros, respondían también de forma errónea. Este pionero de la psicología social aportó también dos cuestiones muy interesantes y a tener muy en cuenta. Por un lado, cuando el individuo cuenta con el apoyo de otra persona que expresa una percepción igual o similar a la suya, tiene más posibilidades de resistir a la presión del grupo; esto es: otra opinión minoritaria ayuda a la validación de la propia. Por otro, resultó también muy relevante observar cómo la conformidad al grupo es más potente cuanto más personas lo integran.
Es imprescindible mantener un cuestionamiento personal con el interrogante de cuáles son las razones por las que una idea me parece verdadera y siempre estar dispuesto a renunciar a las salidas más confortables, que muy a menudo van unidas a múltiples falsedades. La dialéctica continua que uno va tejiendo entre la asimilación y la acomodación, ese camino que aspira al equilibrio de la complementación, requiere de la permanente búsqueda de buenos aliados, que aportan, facilitan y confrontan, para transitar el proceso, permanente y persistente, de crear un criterio propio.
Es conveniente separar las actuaciones del pensamiento. En algunos momentos, mostrar un comportamiento acorde con la influencia grupal es razonable y adaptativo, pero siempre manteniendo el principio rector de mantener la propia identidad, lo que nos resguarda de totalitarismos sociales que impiden la saludable expresión del librepensamiento.
Abiertos siempre a la influencia, y luchando contra la determinación, debemos mantener un eje rector: engañarnos lo menos posible. En esta senda un fragmento de ‘1984’, la visionaria novela de Orwel, nos puede servir de prevención y de orientación: «y si es necesario adaptar de nuevo nuestros recuerdos o falsificar los documentos, también es necesario olvidar que se ha hecho esto. Este truco puede aprenderse como cualquier otra técnica mental».
