Todo el que se mete a querer experimentar algo, pero guardando la retirada, no quemando las naves, nunca sabe nada de cierto.
Miguel de Unamuno
Las inseguridades y las dudas son consustanciales a la esencia humana. En esta sociedad de culto a las actitudes infantiles y simplistas, cada día que pasa estamos menos preparados, tanto de forma individual como social, para afrontarlas. Buscamos, y se nos aportan, certezas, seguridades falsas que generan frustraciones que son torpemente remendadas con nuevos intentos de certidumbres. Aceptar la incertidumbre es el pilar básico para poder afrontar los avatares de la vida y no buscar, como pollo sin cabeza, la «solución» a nuestras problemáticas personales.
Las expectativas desmesuradas, la ausencia de reflexión sobre nuestras limitaciones, conduce a frustraciones que se manifiestan como ansiedad y alteraciones del ánimo. En esta radical falta de autoconocimiento se está imponiendo, con un alarmante incremento, como salida, una regresión al pensamiento mágico que Piaget describió como una etapa del desarrollo infantil, que se da entre los 2 y los 7 años. En esta etapa se equipara el pensar y el hacer, de manera que se tiene un convencimiento de que los deseos se van a cumplir por el hecho de desearlo. Crecer es separar la realidad de la fantasía, otorgándoles un espacio a ambas.
A mayor complejidad de los problemas incrementamos la racionalidad, apunta Yalom, de manera que «el conocimiento se rechaza cuando el deseo se le opone». Es en las crisis cuando más hay que tomar conciencia de poder manejar la inquietud, el suspense y la tensión. Lejos de esa saludable dinámica, en todas las crisis recientes de nuestra sociedad las expectativas han sido, y siguen siendo, absolutamente desmedidas; avivadas y nutridas por los dirigentes y por muy variados estamentos sociales. Se ha puesto de manifiesto las enormes carencias que tenemos en nuestra organización, tanto individual como colectiva. Se ignoran las fases y los tiempos que comporta el desarrollo de los procesos. Se entra en una dinámica en la que se reclaman, se exigen, soluciones externas; el entendimiento de las realidades propias se esfuma y se busca un amparo en remedios que abonan negaciones y que se caracterizan por su falsa esperanza de que dan resultados rápidos, absolutos e indoloros.
Para muchas personas y planteamientos sociales resulta frustrante la aceptación de la incertidumbre. No obstante ese territorio de lo desconocido, lejos de ser limitante, es generador de aspiraciones y anhelos. Hablamos de la expectativa de avanzar en pos de poder lograr cotas más elevadas a través de una máxima personal que se condensa en: hago lo que quiero y quiero lo que hago; así se gesta una lucha edificante, a veces extenuante pero tremendamente productiva. Es imprescindible tener en cuenta que existen limitaciones externas e internas y que en ese camino existen diversos puntos de partida, unos más difíciles que otros, y es esencial saber identificar cuál es el nuestro.
La satisfacción es lo obtenido menos lo esperado. La propuesta de esta reflexión no es orientar la vida hacia una falta absoluta de expectativas, es modularlas para que tengan una mesura. Ese equilibrio permitirá que, cuando no se cumplan, no haya un desmoronamiento. Se trata de gestionar la aceptación (imprescindible diferenciarla de la resignación) para construir de este modo un mundo personal en el que las expectativas sean razonables y se enmarquen en un camino de progresivo incremento de las posibilidades, nunca certezas, de conseguir aquello que deseamos.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos