Dime por favor dónde no estás,
en qué lugar puedo no ser tu ausencia;
dónde puedo vivir sin recordarte,
y dónde recordar, sin que me duela.
G.A. Castiñeiras
El dolor, el luto y el periodo de reestructuración personal tras la pérdida de una persona cercana es especialmente dificultoso cuando el fallecimiento es consecuencia de un suicidio.
La complejidad junto con los escasos estudios científicos en relación con este tema se refleja en un trabajo reciente que ha sido publicado en la revista The Lancet Psychiatry (1); en éste se valoran, a través de la revisión de 57 estudios, los efectos de la pérdida de una persona cercana como consecuencia del suicidio comparándolos con otras muertes.
Los resultados muestran la dificultad de extraer conclusiones claras y la necesidad de dar más relevancia a este tema; con muchos matices, se realizan unas inferencias que apuntan a:
-Aumento del riesgo de suicidio en las parejas al compararlas con parejas de muertes por otras causas.
-Aumento del riesgo de suicidio de la madre en comparación con otras muertes no suicidas.
-Mayor riesgo de hospitalización por enfermedades mentales en los padres en duelo por suicidio que en los padres en duelo por accidente automovilístico.
-Mayor riesgo de ingreso por depresión en los hijos cuya madre se ha suicidado en relación con la muerte por otras causas.
-Los escolares presentan síntomas depresivos más severos después de la muerte del padre al compararlos con los hijos de fallecidos por cáncer.
-Aunque la estigmatización, el rechazo y la vergüenza se observa en todos los grupos de duelo por muertes violentas, éstas son más acusadas en el caso de las muertes por suicidio.
El término utilizado en Estados Unidos de «supervivientes de la pérdida por suicidio» puede inicialmente parecer excesivo, pero la experiencia clínica del trato con personas que han vivido un suicidio de un cercano nos muestra como es una de las muertes que presenta más dificultades para ser integrada.
El silencio, el miedo, los tabúes, la rabia, las negaciones, las ocultaciones, las desmentidas, las omisiones, los reparos, los disimulos, las cautelas, la discreción, el sigilo, las incomprensiones, la deshonra, la ignominia, la estigmatización, el rechazo, la vergüenza, las culpabilizaciones y la culpa crean un espacio en el que la totalidad de los afectos y de los sentimientos, o una parte sustancial de éstos, quedan enquistados impidiendo la elaboración del suicidio y prolongando su duelo.
La escasísima relevancia que, tanto dentro del mundo científico como en los medios de difusión, tiene el duelo tras el suicidio de una persona allegada podría hacernos pensar que es un tema de escasa incidencia. Nada más lejos de la realidad. Se estima, basándose en datos de encuestas, que unas 60 personas se ven íntimamente afectadas por cada caso de suicidio; los dañados incluidos en este cálculo son: la familia nuclear y extendida, los amigos y los compañeros de trabajo o de clase. Con las tasas actuales reconocidas en España, sobre las que existe una coincidencia generalizada de los profesionales que trabajamos en este campo de que son inferiores a las reales, tendríamos unas 200.000 personas afectadas cada año.
Tenemos una amplia constancia de la persistencia y las dificultades de integración de este daño por lo que, como mínimo, podemos considerar que un millón de personas están,en este momento,afectadas por las complicaciones del suicidio de una persona cercana.
(1) Pitman A. et al. Effects of suicide bereavement on mental health and suicide risk. The Lancet Psychiatry 1, 1, 86-94 June 2014
Autor: Antonio Sánchez
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos