Hay temas que quizás siempre deberían quedar sin respuesta; cuestiones que deberían caer como un gran peso sobre nuestra conciencia para que, de ese modo, nos sintiéramos continuamente en la obligación de enfrentarnos a su insistente impulso.
Hubert G. Locke
Es frecuente que ante un trauma-agresión, abuso, maltrato- los cercanos a la víctima tengan que hacer una elección: o están con la víctima o están con el verdugo. La elección parecería fácil, pero no es así; la alianza con el agresor es muy frecuente y se desarrolla de muy diversas maneras.
Pese a que he visto cientos de casos en los que se realizaba un nuevo daño a los agredidos al cuidar a los agresores, no deja de sorprenderme cuando vivo uno nuevamente. Recientemente atendí en consulta a una mujer que había sufrido graves y continuados abusos por parte de su padre, éste cumplió una condena de más de 10 años durante los cuales no mantuvieron ningún contacto; al salir de la cárcel ella consideraba que la mejor decisión para el mantenimiento de su estabilidad psíquica era no tener contacto con su padre. La madre ejerció una presión activa y continua para que retomara la relación con el padre, los contactos fueron desastrosos para la paciente pese a lo cual la madre se mantiene en su actitud de conseguir que ambos continúen viéndose. ¿Existe, en este caso, como en otros muchos, el más mínimo cuidado hacia la persona agredida?; creo que la respuesta obvia es que no. En este caso la madre es una agresora persistente, reiterada y contumaz, que provoca un grave deterioro en su hija.
Desmentir el daño es generar una nueva herida, lo que pasó pasó y cada uno desarrolló unos papeles que fueron los que fueron. Para lavar sus culpas y vergüenzas los colaboradores en el trauma- y los que les apoyan-siguen perpetuando el golpe en lugar de reconocer sus malas, timoratas o deplorables actuaciones en la agresión.
Todos hemos sufrido, todos hemos cometido errores, todos hemos hecho daño…; éstas son algunas de las formas habituales con las que se minimizan los acontecimientos concretos que se quieren tapar; la generalización de los actos traumáticos humanos no disminuye la gravedad de cada hecho específico.
Negar lo ocurrido, sea de forma clara y directa o generando múltiples confusiones (liando las cosas para que no se entienda nada), es uno de los comportamientos más deletéreos para las víctimas. Searles, en los años 60, escribió un interesantísimo artículo con el sugerente título «el esfuerzo por volver loco al otro»; la esencia de ese volver loco radica en un aspecto sencillo de enunciar aunque complejísimo en su desarrollo: negarle su realidad. Junto con la negación, el disfrazar los hechos hasta que no se parezcan en nada, camuflar datos relevantes, desfigurar y falsear la agresión son algunas de las diferentes formas de intentar que lo que pasó no pasó.
Es muy doloroso y triste pero el fin de todas estas actuaciones es únicamente uno: salvar a los verdugos y así poder seguir manteniendo unas relaciones “normales” con ellos.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos