Más vale vergüenza en cara que dolor en corazón
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita
La vergüenza debe ser superada, dominada, vencida, erradicada; éste era el posicionamiento casi unánime de los participantes en un taller sobre vergüenza en el abuso y el maltrato que impartimos recientemente. Frente a esta visión, tan generalizada, es necesario reseñar y reivindicar los aspectos positivos que tiene. Puede ser equilibrada, «justa» o puede ser excesiva, motivadora o inhibidora, pero su presencia es imprescindible tanto para el desarrollo personal como para la estructuración grupal y social.
Frente a la incontinencia que supone la desvergüenza, la vergüenza puede ser una contención, una respuesta con una cierta medida frente a esa desvergüenza que puede conllevar una reacción sin ningún control. Como limitador o freno de las propias ambiciones, pretensiones e intereses, introduce la existencia de los demás con sus deseos propios y diferenciados; así incluye componentes valorativos sobre la propia conducta dando lugar a comportamientos cívicos y a una estimación de la propia dignidad. La vergüenza tiene una faceta de autorregulación y una faceta de regulación interpersonal, no se trata de una contraposición entre vergüenza y desvergüenza, sino entre una vergüenza integrada frente a la que no lo es.
Puede servir para poder aceptar las limitaciones propias de cada uno siendo especialmente importante en una sociedad como la nuestra en la que se comparte el mensaje de que valemos para todo, se niegan las limitaciones personales y por tanto podemos «tenerlo todo». El avergonzamiento puede conducir a un sometimiento, a un hundimiento personal o por contra puede promover el esfuerzo e incitar a la eficacia custodiando las trabas y reservas personales que así podrán ser valoradas, analizadas y quizás removidas.
En su función protectora cuida de la invasión externa; si se sabe interpretar su mensaje es una señal de que la propia intimidad se está poniendo en peligro, que se produce una invasión por parte de otros. Se transforma así en una emoción que custodia la vivencia de uno mismo.
Es un regulador social, la pertenencia a un grupo, a una estructura social viene determinada, entre otros factores pero de forma muy relevante, por la manera de compartir qué cuestiones y qué comportamientos son tolerados y hasta qué punto lo son. Bien interpretada, es una guía en la búsqueda del momento oportuno para la expresión personal.
Se relaciona con diversas cuestiones que, pese a que parecen haber perdido su valor, son esenciales para una buena estructuración personal y relacional; la reserva, la prudencia, la discreción, la modestia, la humildad, el decoro, la decencia, el pundonor, la honestidad.
La esencia de la libertad es la existencia de los límites de uno mismo que la vergüenza nos señala. Estos límites permanentemente han de ser movidos y retocados, en ocasiones demolidos y permanentemente reconstituidos; el gran problema se presenta cuando son destrozados desde fuera como ocurre en el abuso y el maltrato.
En el abuso y en el maltrato, es decir, cuando se ha producido un trauma significativo en la persona, la vergüenza-en su polaridad motivadora-pierde la mayor parte o la totalidad de su papel. El espacio de la vergüenza se colapsa y genera confusión. Habrá que construir una vergüenza, ya que, o bien en los casos de abuso temprano, no fue construida, o bien fue destruida; y, no tanto, “pulirla” que es lo que se necesitará hacer cuando no han sucedido estos traumas significativos.
Los vergonzosos de carácter, frecuentemente ligado al abuso y al maltrato, tienen muy limitados sus registros de respuesta o únicamente juegan en uno, desde aquí son fácilmente invadidos por todos aquellos que viven de la vergüenza de los otros, especialmente los desvergonzados y los sinvergüenzas.
Las personas que han vivido un abuso o un maltrato tienen con frecuencia una dificultad, en ocasiones una imposibilidad, de poder integrar la vergüenza.; si la salida que se les da es la desvergüenza no se les está dando ninguna salida.
En conclusión, un elogio de la vergüenza; bien ubicada es benefactora y genera tanto ética como estética.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos