Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.
Martin Niemöller
Los victimarios son apoyados, de muy diferentes formas y con diversas intensidades, por muchísimas personas en la realización de sus actos; sin estos apoyos el daño a las víctimas cesaría o se produciría con una menor intensidad y frecuencia.
Hace unos días, ante la aparición de nuevas noticias en relación con los casos de abuso, maltrato, violaciones y explotación sexual que se produjeron en Rotherham, volví a reflexionar sobre el papel que juegan muchas personas en relación con el amparo de los victimarios. En esta ciudad del norte de Inglaterra, se vieron dañados al menos 1600 menores (en su mayoría niñas) por redes de explotación durante un periodo de más de 15 años (entre 1997 y 2013). Más allá de la innegable maldad de los pederastas y de sus cómplices directos, existió una posición por parte de las autoridades y de las agencias de protección de menores que ha trascendido lo que se puede calificar de cooperación pasiva. Sin entrar en el trasfondo sociológico que tiene la situación- la mayor parte de los abusadores eran musulmanes y el caso da lugar a posicionamientos complicados en relación con la multiculturalidad y la xenofobia- la realidad es que no existen procesamientos entre los responsables del cuidado de menores y entre las autoridades. Existieron noticias claras y rotundas durante muchos años, con informes entre 2002 y 2006, que fueron ignorados en unos casos y desacreditados en otros; como dato representativo, una de las niñas abusadas quedó embarazada en el año 2000, cuando contaba 12 años, apareciendo noticias en prensa al respecto al ser una de las madres más jóvenes de Inglaterra. Un informe demoledor, que se publicó en 2014, señala cómo el conocimiento de la situación iba desde los altos cargos hasta los últimos funcionarios y cómo al menos un tercio de los casos eran conocidos por las agencias de protección de menores.
Puede parecernos lejano, ajeno a nuestra cultura o una excepción (al igual que las atrocidades nazis, soviéticas, camboyanas, ruandesas o yugoeslavas, entre otras…), pero la realidad es que el amparo al abuso y al maltrato forma parte de nuestro entorno. Los innumerables abusos sexuales cometidos por sacerdotes y otros miembros de la Iglesia Católica, han sido únicamente posibles gracias a la colaboración pasiva de muchísimas personas y al silenciamiento activo por parte de una ingente cantidad de miembros de la Iglesia y de las autoridades eclesiásticas y no eclesiásticas implicadas. En múltiples casos de acoso en la escuela además de la colaboración, de muy diferentes formas y en diferentes grados, de muchos de los alumnos es imprescindible reflexionar sobre el papel de «ignorantes» que juegan los miembros de los equipos docentes. En el ámbito familiar cuando una persona, sea hombre o mujer, maltrata o abusa de un menor, sea éste niña o niño, y el resto de los miembros de la familia y del entrono cercano mantienen una posición de ignorancia deliberada, de no ver lo obvio, de minimización o de un silencio aquiescente están siendo colaboradores activos del maltrato.
Los colaboradores con los victimarios no son entes sociales, ni grupos, ni asociaciones, ni cargos, ni colectividades, ni entidades, ni corporaciones, ni colectivos, ni elementos ignotos; son personas concretas con cara y ojos, con nombres o apodos y apellidos. Sin ninguna duda una de las formas de negación del daño de las víctimas es la generalización de éste y la no individuación de los que amparan a los victimarios.
En el camino de no colaborar con los victimarios no se necesitan valientes, como plantean muchas campañas mediáticas o publicitarias, se necesitan «cobardes» que con sus temores, limitaciones, incapacidades, miedos, torpezas, trabas, restricciones, desasosiegos e insuficiencias, afronten las situaciones y no den amparo y cobertura a los victimarios.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos