La terapia con parejas que han vivido la muerte de un hijo es una de las tareas más complicadas que atendemos en consulta; lo desgarrador de esta vivencia se exacerba y adquiere matices muy marcados cuando la muerte ha sido provocada por otro ser humano o es consecuencia de un suicidio.
En un tema tan insondable y tan complejamente imbricado en la vida de cada ser humano como es el suicidio, únicamente existe un camino de conocimiento para los terapeutas: la interrogación continua
Suicidio o accidente difícilmente explicable; afrontar este cuestionamiento o no hacerlo se transforma en una compleja disyuntiva para un amplio grupo de personas que tienen que enfrentarse a esta situación. Un suicido siempre es un cuestionamiento para el que queda vivo.
Miles de personas deciden por muy diversas razones, impulsos y problemáticas suicidarse. La cuestión de si la vida merece o no la pena ser vivida y la decisión de acabar con ella es, como señala Camus, la cuestión filosófica esencial del ser humano.
El suicidio de una persona, con la que se tiene un importante y significativo lazo afectivo, coloca a quien lo vive en una posición en la que tendrá que integrar una gran cantidad de sentimientos y vivencias afectivas. El impacto que un suicidio tiene va a venir determinado por tres ejes esenciales: en primer lugar, la estructura personal de quien lo vive
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