Pedro Fernaud Quintana. Periodista, escritor y poeta.
“…Cuidado con la armazón de dolor y la alegría:
el error más mínimo en su honestidad,
y cualquier estructura será vana…”.
«Consejos del albañil», poema de Rumen Stoyanov
Dos personas conversando sobre las dificultades, los anhelos, los recuerdos, las experiencias y las esperanzas de una de ellas. Ese podría ser un primer acercamiento a lo que supone una psicoterapia; otro interesante es analizar la etimología en la que hunde sus raíces este concepto: cuidar, atender y aliviar (terapia) el alma o la actividad mental (psico). En suma, un acto de comunicación reparador en el que se transitan sendas de interioridad que contribuyen a armonizar facetas de lo personal y social.
Esas descripciones aproximan a la médula de lo que representa un encuentro de este tipo. La vivencia y la experiencia dan más volumen a esa teoría. Esas conversaciones que se producen en esta clase de encuentros ayudan a manejar con más soltura experiencias traumáticas (la palabra trauma, originaria del griego, habla de herida). Gracias a esas charlas se aprende a curar la herida con los debidos cuidados. Unas atenciones en las que la compasión (comprender al otro, sin justificarlo pero sí acercándote a su vivencia), la sanadora distancia (en la que el humor funciona como válvula de escape aliviador) y la perspectiva (aprendiendo a resignificar las vivencias, construyendo un sentido para ellas) juegan un papel primordial.
En este proceso, que requiere de una hojarasca de aparentes repeticiones y avances de milímetros, desempeña un papel esencial el rol de la persona que ejerce de terapeuta. Ese ser humano tiene algo de entrenador de las emociones (una de sus funciones es ayudar a modularlas) y la empatía, también ejerce algo parecido al acogimiento, pero sin perder la necesaria distancia, una neutralidad con la que se protege y contribuye también a la protección de la persona a la que está ayudando (reconocerse en el otro es humanizar la mirada, pero, si el/la terapeuta se identifica demasiado con la otra persona, pierde margen para brindarle nuevas miradas y salidas).
¿Cómo se teje el vínculo entre la persona que ejerce el rol de terapeuta y la que comparte sus vivencias? Es una alquimia que se construye a cada paso, en función de la personalidad de los seres humanos que comparten ese proceso y del momento (o momentos) de proceso vital que vive la persona que busca ayuda. Aunque seguramente sean importantes ingredientes como la escucha activa, la mentalización del otro, la compasión, la honestidad y la lealtad, una confianza de ida y vuelta que se construye en la medida en que la persona que comparte sus heridas experimenta cercanía o genuino interés en lo que está relatando, así como en las dificultades que desgrana y los avances (fruto de la asimilación de técnicas, perspectivas y aprendizajes que va adquiriendo de la persona que le guía en ese proceso de autoconocimiento, crecimiento o renovación).
La terapia tiene, o puede tener también, algo de ‘espejo imposible’ en la vida en sociedad que nos hemos dado. En el sentido de que funciona como espacio seguro en el que la persona que sufre relata sus íntimos temores, su ira, sus pensamientos obsesivos y sus ideas más oscuras o sombreadas. Gracias a encontrar ese espacio de desahogo y cobijo, todos esos fantasmas pierden carga y la persona puede ordenarlos y comprender la función adaptativa (por paradójico que en ocasiones pueda parecer) que cumplen. En ese juego de reelaboraciones juega un papel central la honestidad a la que hacía referencia Stoyanov en el poema que enmarca esta reflexión. Es importante que la persona que relata sus dificultades y heridas sea honesta en el acto de compartir esas vivencias y los pensamientos y emociones que van ligadas a ellas. De esta manera, se abren avenidas de esperanza gracias a las elaboraciones compartidas que se componen en la terapia, en la que, de repente, surgen también recuerdos luminosos, al tiempo que la persona en tratamiento aprende a bailar con sus temores y sus inseguridades para ir construyendo experiencias de sentido, que hacen más grato el presente y abren futuro.