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Hace mucho que no me preguntan eso de si estudio o trabajo pero sí qué es lo que hago y qué es lo que tendrían que hacer si “vinieran a verme” a la consulta. De qué se TRATA esto de hacer una terapia. Sobre todo intriga la primera sesión.

terapeuta psicoterapeutaSobre esto que es muy íntimo y singular os voy a contar algo.

Hace muchos años…

…en la consulta, se escuchaba un llanto y un reiterado y claro “no” que provenía de la sala de espera. Mientras, en la consulta una niña y yo jugábamos a un divertido juego de Navidad con un gorro rojo y unos cuernos de reno que me había traído como regalo (el gorro para mí, los cuernos para ella); de pronto… la niña interrumpió su relato y dijo: -“ese bebé llorón va a entrar aquí y va a romper todos los juguetes”, – “¿y? pregunté”. Con los ojos muy abiertos dijo: “vamos a esconderlos, ¡rápido!” y empezó a dármelos para meterlos todos en un armarito. Antes de cerrar la puerta se volvió, miró la consulta y decidió esconder también las pinturas y los lápices, los folios, la carpeta de “sus cosas”, un cojín, y la fotocopia enmarcada de mi título. Se despidió de mí y se fue tan pancha.

La consulta quedó con un orden desconocido en los meses precedentes en el horario en el que ella venía. Yo anoté: «esta pequeña celosa, egoísta, caprichosa y de rabietas memorables (según su familia por unanimidad) escondió en el armario lo que no quiere que se “rompa”, cedió el espacio y mi persona, transformó los celos hacia el bebe-idiota-de-su-hermanito en celo y protección de su intimidad».

El bebé de la sala de espera tenía 2 años más que ella o sea 6. Tomé aire y salí a su encuentro. Le acompañaba una mujer muy joven, su educadora. Lo encontré agarrado a su pierna, con la cabeza hacia atrás, su rostro enrojecido y empapado de sudor y lágrimas. De pronto me vio y sentí que se sorprendía. Me agaché, le llamé por su nombre y le dije que le estaba esperando. Vamos, quemé toda la artillería… él se quedó mirándome muy, muy, muy… serio, y yo a él muy, muy… desvalida y, de pronto, preguntó: “¿eres mamá Noel?”. ¡Había olvidado quitarme el gorro! Asentí como una bellaca y una posesa; -“¿me puedes acompañar?”. Dudó, parecía que volvía el no y las lágrimas. Yo sostuve la sonrisa -no dije “houhouhou…” de milagro- y seguí asintiendo y él conteniéndose, y miró a la educadora que también asintió con la mirada y la sonrisa.  En la consulta escribimos una carta, por supuesto, a Papá Noel, con peticiones que desvelaban sus carencias, necesidades, deseos; y me contó como era su mamá. Encontró una pieza de madera en el suelo, nos miramos, y dijo sorprendido: “¡A LO MEJOR ESTO SIRVE PARA ALGO!…”

También para los adolescentes y los adultos lo más enigmático es cómo empezar.

Recuerdo a una mujer que por teléfono comentó que estaba muy deprimida. En sesión comenzó contando lo que le dolía de manera palpable: la cabeza, las lumbares, el estómago. También habló de cómo su cuerpo no le respondía por la mañana para levantarse o por la noche para dormir, o en la siesta para intercambiar unos saludos con su marido (un niño me contó que escuchaba como sus padres se “saludaban” en la siesta), realmente habían dejado de saludarse hacía mucho tiempo.

A la vez me llamaba, insistentemente, doctora, título que carezco y con el que no me identifico. Para no perder mi identidad le dije que no era Doctora, sí Especialista, esperando que así me llamara por mi nombre, por ejemplo. Ella se me quedó mirando fijamente, se recostó en la butaca y dijo: -“eso decían mi padre y mi madre, que yo era una especialita; ahora también lo dicen mi marido y mis hijos”. De pronto esa “s” que enmudeció hizo caer el corsé del discurso médico y le permitió iniciar un relato sobre su historia tal y como la recordaba y tal y como le dolía, sobre lo que nunca quiso saber y sobre sus certezas y comenzó una búsqueda de puntos de referencia distintos para su cuerpo. Y a tratarnos de usted, a tratarnos…

Autor: Encarnación Díaz Catalán

Autor: Colaborador invitado

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