Derrota, mi Derrota, valor que nunca muere;
tu y yo reinaremos juntos en la tempestad,
y juntos cavaremos las tumbas para todo lo que muere
en nosotros,
y permaneceremos de pie al sol con una voluntad indomable.
Y seremos peligrosos.
Gibran Khalil Gibran
El derecho a tener miedo, a tener miedos, es un principio básico de la libertad personal; no es lícito arrebatar el derecho personal e individual al miedo. En estos días se ha repetido, ante los recientes atentados, el lema «no tenemos miedo»; de esta forma se arrebata a muchas de las víctimas un derecho básico: tener miedo. Siento lo que yo siento, no lo que se supone- no se sabe de dónde ha salido esa suposición- que tengo que sentir, ni lo que «la mayoría de la sociedad» (siempre supuesta y nunca comprobada suficientemente) quiere o necesita sentir o decir que siente.
«Tengo miedos, se que tendré que vivir toda mi vida con muchos de ellos y que muy pocas personas me van a entender; lo que quiero es que no sean el centro de mi vida y que no me incapaciten», estas palabras me las expreso, hace años, una persona que había vivido la muerte de su padre, siendo muy niño, en un atentado terrorista. Tras años de trabajo en los que he tratado a muchas víctimas de diferentes acontecimientos traumáticos, tengo el convencimiento de que a muchas de ellas se les hace un gran daño al negarles socialmente la posibilidad poder sentir y tener emociones que no son bien vistas por la sociedad; una y otra vez, vemos como los que no han vivido el trauma se hacen los dueños de la situación manejándola según sus, muchas veces espurias, necesidades.
Aunque pueda parecer lo contrario, poder expresar el miedo puede ser una fuente de control y negar su existencia una fuente de descontrol. Lo importante, lo nuclear, no es tener miedo sino qué hacer con él. Tengo mi miedo, puedo conectarme con él y desde aquí, y sólo desde aquí, puedo empezar el camino de manejarlo, domeñarlo o disminuirlo y hacer que no sea incapacitante. Está -apuntaba Woody Allen «el miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro»- aunque desearíamos que no estuviera.
En los acontecimientos traumáticos en los que la sociedad se siente concernida se origina una doble vertiente; por un lado, se inflige un daño global a la colectividad y, por otro, se produce un daño individualizado a cada una de las víctimas afectadas. No confundir estas dos vertientes es básico, una cuestión son los derechos y necesidades de la sociedad y otra diferente son los de las víctimas concretas. Se tiende a una generalización del daño, pero es imprescindible señalar que nos puede impactar pero víctimas no somos todos. Un claro ejemplo lo tenemos en cómo, tras el 11-M, se expresó de forma reiterada el eslogan de «todos íbamos en ese tren», repetido mil y una veces parecía que era una verdad, pero no es así. Yo no iba en ese tren, ninguna persona cercana a mí iba en ese tren y por eso no tengo derecho a equipararme con ellos. Ese manifiesto -de aspecto solidario- se torna ciertamente falso al comprobar el daño que los afectados mantienen tras años del trauma y como lo transitan en su ámbito privado.
No hay que confundir el miedo con la capacidad de afrontamiento de las cosas; tener miedo es conocer las propias limitaciones y desde aquí adquiere un valor madurativo. Yo sí tengo miedo, en ocasiones mucho, en relación con mis traumatizaciones y, remedando la sentencia que recogió Salvador de Madariaga, en mi miedo mando yo. La asunción de los propios miedos es la base imprescindible para su elaboración y, por contra, las negaciones únicamente conducen a su aparición de forma disociada o disfrazada.
Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos